La Dignidad de Una Artista


Va surcando los 80 años. Cabello rizo, un tono canela en su piel. Lentes grandes  y gruesos que opaca el color de sus ojos. Llegó puntual con su  bastón y un carrito de hacer compras a la cita de la entrega de ilustraciones que me había encargado. En sus escritos relata episodios de su vida de maestra, de mujer observadora, alegre  y sensible.
Su rostro se iluminaba y una cálida sonrisa aparecía cuando mis dibujos concordaban con los que Ella, quizás, tenía  en la memoria. Un tono frío  y silencioso, cuando  al parecer las cosas no iban por el camino esperado. Entonces una temperatura helada me iba subiendo por el pecho al tiempo que pensaba..Mierda, perdí todo este tiempo de trabajo!!!

Llevaba una semana completa tratando de descifrar sus poemas escritos en un fino inglés y en la siguiente, haciendo las primeras ilustraciones. Por un instante dejé de preocuparme por sus gestos  y me metí en mis propios enojos como ha sido mi costumbre resolver los asuntos que no van bien.


En primer lugar me recriminé en silencio:  Eso te pasa Rosalba por romper tu promesa de que el arte sería tu territorio de libertad,  en el que nadie te diría cómo hacer las cosas... no debí hacerle caso a Takayo cuando me insistió en que a ella, le gustaría mi modo de dibujar.
Luego me atormentaron los recuerdos de todo lo que me perdí, mientras hacía mi trabajo: Una invitación a cine que me hizo mi esposo, dejé de cocinar durante el día y solo lo hacía en la noche para aprovechar la luz. Perdí los ejercicios de Tai chi que daban en el centro de visitantes de Poe Park y a los que asistía regularmente; en fin toda una semana trabajando  8 horas diarias, para tratar de poner en dibujos un poemario que descifraba con ayuda del traductor de Google, y que ahora estaba a punto de perder.


Su voz pausada me trajo de vuelta al mundo y como si leyera mis pensamientos de preocupación, mientras continuaba asistiendo y descartando, sin alzar la mirada me dijo: Quizás no use algunas ilustraciones, pero no se preocupe pagaré por cada una, así como también el tiempo que se tomó en llegar hasta aquí. También me gustaría que repitiera algunos trabajos los cuales también le pagaré.
Un aire tibio me devolvió el movimiento corporal que se  había congelado minutos antes por los  dramáticos pensamientos, cosa que no le hubiese pasado a un ilustrador de oficio,  pues bastaba  tener condiciones claras y ya está.


Sonreí creo, agradecí.  Takayo que era mi traductora del inglés fino a un  inglés simple que yo  pudiera comprender, me ayudó con mis preguntas,   terminando  así de clarificar los acuerdos para la siguiente ronda de trabajo.


La segunda entrega fue en su casa  un lugar lleno de libros, de tantos que eran, casi no se podía caminar. Las paredes estaban llenas de obras de arte de diferentes autores  y los que ella  misma diseña con recortes de todas las imágenes de su gusto. Muchas personas -agregó señalando su trabajo- no les gusta ni respetan este tipo de arte, a mi vida le dan sentido ya que cuando las miro me llenan de alegría porque esas imágenes  tienen gran significado para mi.. Terminamos nuestro recorrido en el patio donde ella, durante la época de verano, cultiva algunas plantas.  Un lugar muy tranquilo e inspirador.
Nos mostró  el proyecto  que estaba terminando en ese momento, además de su libro de poemas,  un libro de matemáticas con ilustraciones a color. Había tanta dulzura en en la forma de recibirnos, tanta alegría en las historias que relataba acerca de su trabajo, que me sentí como en casa y olvide la hora de regreso.


Camino al tren que me traía desde Brooklyn hasta el Bronx, recorrido de aproximadamente 1 hora y 30 minutos seguí pensando en Melvin Groves, una mujer que lleva con tanto orgullo  sus años y una resuelta confianza en sus proyectos y su futuro.


Varias fueron las lecciones y sensaciones del día. Una confianza renovada en mi propio trabajo. En mi época de juventud  cuando el arte no era mi camino,  había hecho ilustrar  un libro de poemas que había escrito y el cual compartía sólo con personas muy allegadas, si bien era de todo mi gusto, no había visto muchos de ese estilo en esa época. Entre los de mi generación  se pensaba que los dibujos eran para las cartillas de primaria. Si bien todos mis  años de ejercicio práctico  y teórico de la enseñanza por el arte me habían  dado la una nueva comprensión sobre la necesidad de la  imagen en la vida humana, dentro de mí  algo había quedado anclado y ahora se movía.  

Esa mujer sencilla y dulce no solo había quebrado la regla social del exilio y  auto-exilio de los pensionados  a vivir una vida activa y feliz.  Ella y su modo de vivir me inspiraba al tiempo que  fue muy sanador sentirme  reconocida en el ámbito intelectual por otra mujer. El  valor y respeto que estaba mostrando    al trabajo  que con tanta dificultad se  le  reconoce al artista, me estaba situando  ante un  ser profundamente revolucionado. No sólo miraba el trabajo de otros con nobleza, en el propio  no espera el reconocimiento del mundo, mas que dar dignidad a su propia vida.


Después de varios días recibo una llamada mientras estoy recuperando mis viejos textos. Es Melvin para contarme lo feliz que estaba por su reciente cirugía de ojos, ahora podía leer mejor y no necesitaba lentes.


Rosalba Henao, NY, 10/19/2016





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